Sunday 8 April 2012

En Attendant le Deluge, 2004


Director, Damien Odoul

Esta cinta resulta una pieza relajante de música visual que teniendo muchas referencias y conexiones con otras obras, camina hacia delante sin vacilar demostrando su propia independencia y calidad. Las buenas obras siempre son asociables a las que les preceden, quizás por el simple hecho de que nacieron antes o porque queremos coronar algo digno con los paradójicos laureles de lo 'ya visto'. Se me viene a la mente Buñuel y Kundera, por ejemplo, al ver esta cinta. 

Cuando el solitario dueño de un cortijo francés cae en la cuenta que su vida tiene los días contados, decide contratar a unos faranduleros para que representen una obra clásica sobre la que él pueda proyectar sus deseos de gozo, inmortalidad y de permanencia. Todo se desvía del plan, pero el hombre es capaz de redirigir la trayectoria y encontrar un guión alternativo, más ajustado a sus angustias y contradicciones, y por tanto más propicio para obtener un espontáneo reencuentro con todo aquello que por dar vida se convierte en vital, especialmente cuando uno siente que la vida misma se escapa por momentos. La vida siendo observada con ese distanciamiento que da la edad, la frustración y el cinismo, ha magnificado la depresión del protagonista. Y es ese estado depresivo el que realmente muere y busca su final. A través de su vivencia con el grupo de actores, el señorito se deshace de dicho estado como el que se desprende de un traje como si en una comunidad terapéutica viviera. De hecho, su genial recreación sobre su propio final, le hace dar un paso atrás y enmendar los últimos momentos que le quedan en este mundo.

La película transcurre con vitalidad sin la necesidad de añadir artificio alguno y su talento se muestra en la naturalidad con la que suceden las cosas en el campo. La vida lenta y sensorial que caracteriza el mundo en la naturaleza se va dejando complicar con lo subjetivo de cada nuevo personaje y cada nuevo punto de vista que se añade con el progreso de la narración. Así mismo, una compleja red de relaciones interpersonales que se va construyendo y desvelando conforme los protagonistas empiezan a conocerse. Todo esto ocurren sin sobrecargar la historia y gradualmente sustraen al espectador de toda su atención en los aspectos concretos de lo que ve. Por ejemplo, el inicial anclaje en un chateau campestre y desvaído o lo definido de los papeles del señor y de su jardinero Pipo, se van enriqueciendo y ampliando, haciéndose cada vez más complejos e imbricados conforme avanzamos en la historia, casi sin notarlo. Es una narración humana y cautivadora, que sitúa una serie de cuestiones existenciales (la levedad del Ser, la mortalidad, el arrepentimiento por los errores, el sentimiento constante de pérdida a través del tiempo) en un contexto decadente y entre un grupo de individuos absorbidos por el momentáneo  distanciamiento y lujo que proporciona el chateau. Unos actores de tres al cuarto que se acomodan en el cortijo  y se autoinvitan a unirse a la taciturna vida de su dueño con el pretexto de ir construyendo la obra poco a poco, sin que el mismo haga lo más mínimo por dirigirlos competentemente.  Aunque los actores yerran como empleados, aciertan como astutos oportunistas en adentrarse en el mundo del señorito pare escapar del suyo y de las limitaciones con las que viven. 

Sin dejar de creer en un un aserto como este: 'la vida debe ser un escenario para recrear nuestra grandeza y satisfacer nuestros deseos', el señorito da un giro a su vida y se vuelve más flexible para asegurar el éxito de sus creencias. Esto lo puede hacer alrededor de unos actores que poseen diversas condiciones y diatribas y que como tales permiten representar al señorito su acto final. Las tendencias de la personalidad se agudizan con los años, se agudizan con las crisis y se agudizan y se agudizan; elevan al filósofo y hacen más frívolo al hedonista. Pero todos son humanos y se rigen por principios que como el tic-tac de un reloj, marcan la pauta de nuestra conducta con hitos que nos llevan de capítulo en capítulo evolutivo. Aquí vemos el capítulo final de un hombre y todos los que le rodean en ese tramo no son sino distintos reflejos del sí mismo.

Faranduleros y señorito se mezclan en esta obra diseñada a la altura de los tiempos para ofrecer un retrato algo epicúreo de la condición humana. Ahora no sólo los ricos son los únicos susceptibles a alimentar el Ego y vivir una privilegiada existencia, sino que todos aquellos que los rodean se han aburguesado igualmente cada uno a su manera. Como añadidura, no hay excesos de violencia o de perversión, ni siquiera hay signos de lucha de clase. Es en ese sentido esta obra algo onírica o más bien idealista. Pero ahí están dibujados esos momentos que por su autenticidad cuentan en la vida más que el resto, y que por su apertura a las emociones son tan escasos como breves. De este modo se despidió de la vida este hombre afortunado; sin clase social, y quizás sin gloria, pero de una manera plena y en buena compañía.    

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